Don Ariel; sobre tango y fútbol

Don Ariel; sobre tango y fútbol

La primera vez que lo hablé fue para pedirle disculpas, a regañadientes. Con la irreverencia de la rebeldía, le pedí perdón por subir a su vereda con mi motocicleta. No me estaba retando, aunque yo lo creía así. A veces me arrepiento haber pasado tanto tiempo sin hablar con él, solo por tener esa equívoca y tonta idea de que los viejos pueden aburrir o no ser interesantes. Con el tiempo pude entender que pocas cosas son tan enriquecedoras y gratificantes como conocer historias; todo tipo de historias, especialmente las que salen del alma.

 

Una tarde me habló mi viejo, que tenía tantos amigos como noches de asado y de amanecidas.

 

  • Che, el vecino te quiere encargar un trabajo.

 

Salí de casa y lo vi debajo del limonero, donde todas las mañanas y tardes se sentaba. Estaba acompañado por Corbata, su perro, y una vieja radio que estaba en silencio y mostraba el paso del tiempo.

 

  • Escuchame, mirá esta cosa. ¡Falleció! Yo no puedo estar sin mis tangos. Vos tenés cara de que sabes de las cosas de ahora. Mi hija me trae uno de esos aparatos que funcionan con discos. Yo no entiendo nada. Quiero mis orquestas. Dice tu viejo que vos sabes…”

 

Nunca había escuchado tango en mi vida, por lo menos no de forma intencional. Mi vieja me contaba que mi abuela solía cantarle al abuelo canciones de Nina Miranda, y que su voz era increíble.

El viejo Ariel me pidió de todo un poco. Armé los discos con sus famosas orquestas y se los llevé. Corbata estaba en la puerta. Me miraba de reojo. No ladraba, pero estaba atento. No le gustaba mucho mi presencia. Su amo necesitaba más para que me considere bienvenido.

De lejos, el vecino dejó unos billetes y me dio las gracias. Me dijo que siempre observaba que pasaba por su vereda con mi camiseta de Central Norte.

 

  • Mirá, se ve que sos “carancho”. Yo lo vi muchas veces a Central. Pero no te vayas a enojar che. Iba a ver todo con mis amigos. Gimnasia, Juventud, Policial, hasta la Villa fui a ver, y eso que tenía mi changada en Primavera. Ni te cuento los torneos de los barrios.

 

Mi viejo me contaba, cuando las copas ya pasaban el límite de lo permitido un domingo, de sus viajes y hazañas siguiendo a los equipos salteños. El era “azabache”, y todos en la familia seguimos su legado, pero se miraba y escuchaba todo. Cuando en una misma fecha ganaban todos los equipos de la provincia se ponía contento. Y ahí las copas eran acompañadas con mayor velocidad.

 

Comencé a charlar frecuentemente con don Ariel en cada pasada cuando iba a comprar algo. A veces se enfermaba, su esposa se encargaba de que todos en la cuadra lo sepamos. Pero a los pocos días, cuando volvía el sonido del bandoneón y las voces fuertes que cantaban con pasión, sabíamos que todo había vuelto a la normalidad.

 

  • Antes, para ver fútbol, tenías que estar ahí. En la cancha. No había tanta tele ni las macanas de hoy. Por eso acompañábamos tanto. Las caras muchas veces eran las mismas en una tribuna. Ganaba un equipo de acá y ganaba Salta.

 

Mientras contaba sus historias tenía al lado su nuevo equipo de música, la orquesta y el vaso de vino. La picada, con un arrolladito o queso de chancho eran una fija en sus mañanas.

 

  • Yo ya me estoy yendo. Y sé que te jodo con la música pero ¿sabes qué?, el tango me recuerda que viví, que viví con pasión. No hay nada que te cuente la vida como un tango. El tango cuando suena te mira a los ojos. Te abraza y en la misma estrofa te bardea.

 

En un tiempo su compañera se enojó con él y lo dejó. Fueron casi dos semanas. Estuvo muy triste. Ya no salía de su casa. Le costaba caminar y sus hijos hacían lo que podían. Corbata siempre fiel. Peludo y descuidado, pero estaba. En esos días nos acercábamos seguido con mi familia, llevando un plato de comida y cuando se podía una tirita de asado. El vino no podía faltar.

 

En una de nuestras últimas conversaciones le conté que me había peleado con mi vieja y me dijo:

 

  • Todo tiene solución. Habla. No pierdas tiempo. Yo sé que vos no sos religioso. Entonces, lo único que tiene divinidad en la tierra es tu vieja. ¿Te vas a hacer el duro ante eso?

Uno no se termina de dar cuenta del ocaso de las personas. No siempre las señales son claras. Sentimos que el otro se está apagando pero lo creemos. El golpe a veces te toma por sorpresa. El viejo falleció hace algunos años. La noche de su muerte quedó Corbata solo. En la mañana estaba recostado en el lugar de la silla de su amo. No levantaba su cabeza, solo miraba a lo lejos. Imaginen que te quiten la mitad del corazón. Varios vecinos caminamos ese día por la vereda y se nos cayó una lágrima. El paisaje cotidiano cambia y no se puede hacer nada. Solo seguir.

 

Hoy puse un tango mientras trabajaba. Al azar elegí uno. Sigo recordando algunos pedidos de don Ariel. La canción hablaba de la amistad:

 

“Un apretón de manos,

fue escrito con el alma,

pensando en la amistad,

con lágrimas lo canto,

por los que ya no están”

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